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LAS CANTINAS EN MÉXICO: UN HOMICIDIO BRUTAL

  • Los compañeros de estudios de Capdevielle organizaron grandes manifestaciones de repudio por el asesinato de Fernando.

Corresponsalías Nacionales/Grupo Sol Corporativo

(Sexta de siete partes)

Ciudad de México.– Los compañeros de estudios de Capdevielle organizaron grandes manifestaciones de repudio por el asesinato de Fernando y llevaron su féretro por las principales calles de la ciudad de México.

Cobardemente, Santos afirmaba que se trataba de una maniobra política, aunque hubo testigos que lo vieron disparar contra el joven, “el miércoles me acosté a las 8 de la noche, no pude abatir a nadie, soy absolutamente inocente”, decía.

El crimen fue perpetrado a las 21.20 horas. Misteriosamente, los medios de información “silenciaron” el asunto. La familia Capdevielle publicó esquelas en cada aniversario del homicidio brutal, exigiendo justicia que nunca les llegó por la protección que las autoridades dieron al conocido político potosino.

Inesperadamente, en diciembre de 1959, Gonzalo N. Santos puso sus memorias a disposición de su hijo Gastón Santos, y tardíamente, reconoció su “verdad” en el asunto.

“Una noche se me ocurrió ir al Teatro Principal donde actuaba María Conesa y un grupo de desnudistas que entonces llamaban “Bataclán”. En el pórtico del teatro había un bar—entonces se llamaban cantinas—y tenía acceso todo el que quería sin necesidad de entrar al teatro.

“Los tandófilos teníamos por costumbre echarnos algunas copas en la barra, (nótese, amigo(a) lector(a), el alcohol como elemento criminógeno en las cantinas de la ciudad de México), antes de entrar al Teatro, parados pues no había asientos, cuando sonó el timbre que en aquellos tiempos se usaba para anunciar al público que iba a comenzar la función. Entré al Teatro acompañado de mi fiel amigo y ayudante, entonces mayor José López Iglesias, muerto general. Otro ayudante, Lolo Lavanzat, capitán retirado, chismoso, y me dijo que un individuo hablaba mal de mí, “cosas muy feas sobre mi honor”. “El petimetre subió a un automóvil y lo echó a andar. Me subí a un carro que traía prestado del diputado Alfredo Romo, lo manejaba mi fiel y valiente ayudante, capitán Ernesto López Quintanilla. Cuando descendió el individuo frente a la casa 70 de la calle Acapulco, le grité que si era hombre se defendiera, metió mano a la cintura, pero se quedó petrificado, probablemente de miedo y le descargué las ocho balas de mi pistola y se murió. Una pistola que llevaba el figurín era mía, lo mismo que un fistol”, resumió el potosino Gonzalo N. Santos, en sus memorias.

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