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ELVIRA SANTOYO, TESTIGO PRESENCIAL DEL CASO

  • Testigos presenciales de casi todo el drama fueron las señoras Elvira y María del Rocío, quienes contaron oficialmente que los agentes golpeaban las puertas y las ráfagas de metralleta pegaban sobre las paredes de la casa.

Redacción/La Opinión de México/Sol Quintana Roo/Sol Yucatán/Sol Campeche/Sol Chiapas/Sol Belice/La Opinión de Puebla

(Segunda de siete partes)

La señora Elvira Santoyo García, 68 años de edad en 1990, (hoy descansa en paz, posiblemente, aunque muchos creyentes lo dudan, dada la magnitud de su tragedia), lastimada de la columna vertebral y entonces recientemente operada, dijo que en el interior de la residencia Quijano, estaban ella y su nuera, María del Rocío González Fernández, los niños MichelleIgnacio Alonso y Jimena, de 8, 5 y 2 años de edad. También estaban ahí los hermanos Erick Dante, (esposo de Rocío), y Jaime Mauro Quijano Santoyo.

En un pequeño prado, frente a la casa, estaba Héctor Ignacio Quijano Santoyo, con evidentes huellas de tortura en el rostro; atados de pies y manos. “¡Sal, Paco, estás copado!”, decían los agentes a grito abierto, mientras hacían funcionar sus ametralladoras contra los muros interiores de la presunta “casa de seguridad”… Que nunca fue tal.

Testigos presenciales de casi todo el drama fueron las señoras Elvira María del Rocío, quienes contaron oficialmente que los agentes golpeaban las puertas y las ráfagas de metralleta pegaban sobre las paredes de la casa, entraron Jaime Erick a la habitación de su progenitora, quien les preguntó qué pasaba, “es la policía”, dijeron, mientras cada uno esgrimía un rifle.

Los jóvenes Quijano se quedaron viendo a los niños—tendidos en el piso—y arrojaron los rifles a una cama, para “salir con las manos en alto, suplicando que cesara el tiroteo porque había mujeres y niños en el interior de la residencia”.

Mientras, “los otros seguían metralleta y metralleta. Mis hijos gritaban que se calmaran, primero salió Erick y luego Jaime, yo tomé a los niños, los levanté y empecé a gritar que no tiraran, para no lastimarlos”, dijo la señora Santoyo.

Entonces, “salí con el niño Ignacio Alfonso, y la niña Michelle. Me seguía mi hija con Jimena. Me apoyaba en Michelle por mi problema en la columna vertebral y no puedo caminar bien, recién que me incorporo. Yo les decía a los agentes que me dejaran tomar mi bastón y entonces me di cuenta de que mi hijo Héctor Ignacio estaba tirado, a la salida de la casa”.

En un trozo de pasto “lo tenían botado, todo ensangrentado, amarrado de las manos por atrás; atado de los pies; me gritó; “¡Salte con los niños, mamá!”… Había agentes trepados en las bardas, otros golpeaban el zaguán, algunos dañaban otra puerta, aquellos hacían pedazos la puerta de entrada directa, era un enjambre”.

-Me impactó ver a mi hijo, mi primera intención fue acercármele, pero me jalaron los agentes hacia la vuelta, para que no viera lo que sucedía—agregó.

María del Rocío comentó que ella sí vio a su esposo y a su cuñado, “cuando yo salía de la casa, había sangre en el corredor, de la puerta de la casa hacia la calle, yo supongo que los mataron ahí a Jaime y a Erick; en cuanto mi esposo salió, no sé, transcurrieron cuatro segundos y se oyeron ráfagas de metralleta y es cuando estoy segura de que los mataron; en seguida que salió mi cuñado, igualmente, pasaron tres, cuatro segundos y se oyeron otra vez las ráfagas de metralleta. Erick Jaime estaban tirados a escasos centímetros de la puerta que da a la calle, amontonados, yo supongo que los arrastraron; me di cuenta por qué al salir casi piso a mi esposo, me quise acercar, pero me jaló uno de los agentes, en esos momentos vi a “Chato”-Héctor Ignacio y me gritó: “¡Rocío, salte!”, tenía la cara destrozada, tirado, amarrado, estaba de pies y manos”.

Las señoras estuvieron de pie, en pleno sol, hasta las 13.30 horas, de aquel domingo 14 de enero de 1990, cuando llegaron dos helicópteros y aterrizaron cerca de la residencia de los Quijano, “los agentes iban a cuadrarse”…

Luego reconocieron las declarantes que no fueron maltratadas nunca, físicamente, pero sí amedrentadas y humilladas.

Al llegar a la calle López, de la ciudad de México, el grupo familiar fue llevado a una oficina donde estaban cautivos algunos individuos no identificados, y al protestar por el espectáculo lamentable, señoras y niños fueron trasladados a otro sitio, de donde no saldrían hasta el miércoles 17, por la noche.

En cuanto a “Chato”Héctor Ignacio—quien estaba vivo aunque muy golpeado a la hora del asalto a la residencia QuijanoMaría del Rocío suponía que los agentes lo tomaron como escudo para protegerse, sé alguien dispara desde el interior, y una vez dentro, lo sacrificaron a balazos. Así que un cuerpo quedó dentro y dos fuera de la casa en Ojo de Agua.

Más tarde fueron obligadas las señoras a firmar sendas actas de Ministerio Público Federal, donde la señora Santoyo reconocía” que sus hijos habían salido armados para enfrentarse con la policía, lo que negó siempre la afligida madre de familia, quien solo puso sus iniciales y estampó una huella digital.

María del Rocío “aceptó” que su marido le había dicho antes de salir que se iba a llevar a todos los que pudiera por delante y que era testigo de que en la casa había “CERCA DE 40 ARMAS Y CIENTOS DE BALAS”.

Los agentes dejaban escuchar una televisión y en el noticiario se hablaba de un “enfrentamiento” en Ojo de Agua, con saldo de tres muertos, y “como no se mencionaban nombres de agentes, al buen entendedor, pocas palabras, supe que mis hijos habían muerto”, comentó doña Elvira.

-Fue un golpe tremendo, salí del encierro, tomé a un agente por las solapas y le dije con coraje que me platicara si habían matado a mis hijos, entonces se vino una bola de agentes y me apartaron, mientras yo preguntaba cómo habían matado a mis hijos—indicó.

Una secretaria, con el cabello pintado casi de blanco, “me dijo que yo estaba llorando por mis hijos, pero que antes las madres de los agentes muertos ya habían llorado”.

Entonces le dije que había jueces para juzgar a mis hijos, “que quiénes eran los agentes para tomarse la atribución de matar”, agregó, “y volvieron a encerrarme y pidieron a Rocío que me tranquilizara”.

Tal vez el mismo día que “yo me enteré de que habían matado a mis hijos, oí por televisión que hubo un festejo donde el Presidente de la República felicitaba a la policía, que era lo mejor que teníamos, que eran esto y lo otro, y el señor Presidente felicitándolos, después de que unas horas antes yo había oído que habían matado a mis hijos”.

–Usted, dígame si no son cobardes, porque eso es lo que son, según ellos iban a buscar a uno, a Paco, pero iban no menos de 35 unidades con cien agentes con metralletas… ¿Para detener a uno solo? Y todavía mienten al decir que se identificaron tras llamar a la puerta, cuando ametrallaron sin importarles los niños y mujeres—enfatizó.

Cuando se habla con la verdad no hay que esconderse de nada, “yo reclamé porque asesinaron a mis hijos; deseo que se sepan las bribonadas que cometen estos; figúrese que un agente se robó un cepillo del cabello y otro robó una chaqueta de Erick y la lucía, poco tiempo después de que habían asesinado a mis hijos; tampoco deseo que mientan al decir que Héctor Ignacio se soltó, tomó un arma e intentó disparar… Por favor”.

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