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EDIFICIO NUEVO LEÓN: “FLAMAZO” QUE CAUSÓ TEMOR Y MIEDO

  • El siniestro en el edificio de Relaciones Exteriores estaba principió a las 11.40 horas. Media hora más tarde, la zona de Plaza de las Tres Culturas parecía el lugar más concurrido de la Ciudad de México, por la cantidad de curiosos. Los plafones se desprendían con facilidad por el enorme calor, incluso algunos cayeron sobre socorristas.  

Corresponsalías Nacionales/Grupo Sol Corporativo

(Quinta de siete partes)

Ciudad de México.- El siniestro en el edificio de Relaciones Exteriores estaba principió a las 11.40 horas. Media hora más tarde, la zona de Plaza de las Tres Culturas parecía el lugar más concurrido de la Ciudad de México, por la cantidad de curiosos. Los plafones se desprendían con facilidad por el enorme calor, incluso algunos cayeron sobre socorristas.

En las salas dañadas se había celebrado del 19 al 26 de abril de 1966, la primera reunión de la Comisión Preparatoria para la Desnuclearización de la América Latina.  

Casi nadie sabía entonces que la Torre de Relaciones Exteriores había sido construida sin una cimentación meticulosamente adecuada al terreno arcilloso de Tlatelolco, y que el edificio Nuevo León se vendría abajo por eso mismo, anteriormente a los inquilinos se les pagó una renta en hoteles cercanos hasta que se “recimentó” el inmueble para “enderezarlo” y en 1985, dos módulos mataron a unas 500 personas al deslizarse inevitablemente por el peso. 

En su oportunidad, los diplomáticos presionaron para que les fuera entregado otro edificio y dejaron el inclinado para la UNAM, que proyectaba crear un centro cultural y un Memorial en torno al movimiento estudiantil de 1968.  

El riesgo existe aún, quizá sea necesario derruir muchos pisos de la Torre para rescatar lo que se pueda, y no debería descartarse la urgencia de demoler la ex cancillería con explosivos plásticos como en la época de los dramáticos terremotos del 85.  

Casualmente, como dato curioso, rescatamos ahora lo que Rubén Mondragón Cantón, de La Prensa, escribió de que en cuanto el “Tlachicotón” levantaba vapor en las numerosas pulquerías de la ciudad de México, desde tiempos inmemoriales, a cual más se creía bandido de Río Frío, venían los “¿qué me ves?”, “lo que quieras”, las cobijas barrían el suelo y surgía el “¡ahí te va eso!”, con afilados puñales.  

La Unidad Habitacional Nonoalco-Tlatelolco había surgido de los patios ferroviarios donde destacaba la aduana pulquera y Gregorio Torres Quintero, en su “México hacia el fin del virreinato español”.  

Se refería a la violencia en las pulquerías de barrio, “que eran no pocas veces teatros de escenas horrorosas, en que dos tenorios encobijados o dos ebrios enfurecidos por el pulque, con sombreros por escudos y filosos y agudos puñales por armas, se disputaban la vida o rasgaban sus carnes encharcando el piso polvoriento de aquellos sitios abandonados, en los que no había ni un policía ni un farol que pusiera término o alumbrase esas riñas banales y sangrientas”.  

El blanco brebaje que salía de Tlatelolco en cientos de barriles, se escanciaba generosamente en “Tornillos”, “Catrinas”, “Jarras” y “Shomas”, servido entre ferrocarrileros por bonachones “jicareros” regordetes, colorados, con pantalones de charro hasta debajo de la cintura, ya que la barriga no permitía subirlos más.  

De Apam, Tlamapa o de Ometusco procedían los “caldos” finos, ya que los “ordinarios” o “clachiques” venían de zonas más cercanas a la tierra caliente, de donde depende el sabor.  

Cuando salían a relucir los puñales en las pulquerías, se dispersaba la clientela pero cuando reñían “las viejas” era el acabose: se rompían los vestidos, se arrancaban las trenzas o el molote, y todo ello bien rociado con lo mejor del repertorio verdulero, y entre las apuestas, cuchufletas y sombrerazos de los parroquianos, que en vez de ponerlas en paz las animaban y hasta le ofrecían casamiento a la más valiente o a la “ganona”.  

Tiempos idos de Tlatelolco y otros sitios pulqueros, en que había inspiración hasta en las fachadas, alegremente decoradas “por los  pintores de ollita”, concluía Rubén Mondragón Cantón, entonces militar paracaidista retirado.