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EL CASTILLO DE LA PUREZA: LA CASA DE QUÍMICO

  • En Lecumberri estaba ubicado más a la entrada de la puerta principal de la penitenciaría y se llegaba tras pasar un largo y bonito patio por el que a menudo iban y venían celadores
  • Rafael Pérez Hernández, quien mantuvo encerrada a su familia durante más de 18 años, según la leyenda, en una casa de la avenida Insurgentes Norte y Godard, el protagonista
  • Se decía un hombre liberal y se le consideraba demente aun cuando no era agresivo; un domingo fue visitado por un periodista, quien lo interrogó por qué encerró a su familia tanto tiempo…

Corresponsalías Nacionales/Grupo Sol Corporativo

(Segunda de siete partes)

Ciudad de México.- David García Salinas, el cronista de las prisiones de México informó que el dormitorio “L”, en Lecumberri, estaba ubicado más a la entrada de la puerta principal de la penitenciaría y se llegaba tras pasar un largo y bonito patio por el que a menudo iban y venían celadores.

La “L” era una crujía menos tremebunda que las demás, poseía un patio anterior con hermosas plantas verdes, como la esperanza de sus moradores. Ahí residían los procesados por defraudación y falsificación de documentos, muy pocos por otros delitos y uno que otro recomendado.

Por causas especiales, en la crujía “L” estuvo recluido Rafael Pérez Hernández, ex estudiante de Química, “el que mantuvo encerrada a su familia durante más de 18 años —según la leyenda— en una casa de la avenida Insurgentes Norte y Godard, precisamente al norte de la ciudad de México, relativamente cerca de las estatuas denominadas “Los Indios Verdes”.

Se decía un hombre liberal y se le consideraba demente aun cuando no era agresivo hacia sus compañeros de infortunio. Un domingo fue visitado por un periodista de La Prensa, quien lo interrogó: “¿Por qué encerró a su familia tanto tiempo?”…

El interpelado, hombre de rostro ligeramente blanco, nívea cabellera, estatura regular y mirada extraviada, contestó solemne, según indicó David García Salinas: Mire, señor periodista, el mundo está muy contaminado y en todos los círculos sociales hay relajamiento de las costumbres.

En el cine, usted lo sabe bien, la mayoría de las artistas no son otra cosa que prostitutas bien pagadas, se acuestan con cualquiera, traicionan a sus esposos y se rebelan contra los principios que sus padres les infundieron; se divorcian fácilmente, se embriagan.

Se desnudan como rameras para que les paguen un poco de dinero, dan mal ejemplo a sus hijos y a los hijos de la comunidad y son la vergüenza de sus padres y de la sociedad.

El interno hizo una pausa, pidió ya no ser fotografiado y continuó su explicación: Los políticos, en general, y usted como periodista lo sabe mejor que yo, anhelan poder y dinero y esto lo consigue a base de lambisconerías, asesinatos, extorsiones y pocos son los que desean un puesto público por servir a sus semejantes y a la nación.

Y aún en la misma Iglesia hay clérigos comodones y verdaderos y parásitos que por la vida regalada que llevan, sin cumplir con su ministerio y sin lanzarse a defender a los pobres y condenar abiertamente las malas costumbres, son escándalo y mancha de la religión.

El reportero le arguyó: Pero también hay personas buenas que no son ni políticos convenencieros ni meretrices con la placa de artistas, ni policías corruptos, ni sacerdotes parásitos, ¿no es cierto?

-Sí señor, pero dígame dónde están porque yo no conozco a uno solo, y de cualquier forma estoy seguro de que, en el fondo, mi esposa y mis hijos me sabrán agradecer lo que hice por ellos-.