- Alfredo Guzmán, “Alfredillo”, vivió en Medellín, Colombia por ahí del 2006. Fue el precursor para montar laboratorios e iniciar actividades de la organización transfronteriza. Ovidio Guzmán, el de menor actividad criminal.
- En alianzas con cárteles mexicanos, la cocaína es el tercer producto más exportado de Colombia. Funcionan al estilo networking.
Por DIANA LÓPEZ ZULETA/Corresponsales Internacionales/Grupo Sol
La reciente extradición a Estados Unidos de Ovidio Guzmán, alias El Ratón, mantiene incólume el negocio del Cártel de Sinaloa. La organización transnacional tiene presencia en 40 países y Colombia es su principal socio y proveedor de cocaína desde los años ochenta.
Entre las diversas fuentes consultadas por Grupo Sol está el General retirado de la Policía, Juan Carlos Buitrago: “El hijo del Chapo mueve los hilos del poder, pero a estas alturas no es el que tiene el control operativo del negocio. El networking de negocios ilícitos que ha construido está en manos de segundos y terceros. Su captura no afecta estructuralmente ni el negocio ni la dinámica”, dice.
Ninguna de las capturas o las muertes de los grandes capos ha redundado en el exterminio o desmantelamiento de su organización criminal. El vacío que dejan los capos es ocupado por los subalternos o los enemigos. Por ejemplo, con la caída de Pablo Escobar en los noventa, el negocio se transformó y creció.
“La extradición se ha usado como una lucha antinarco, pero a los únicos que les sirve es a los de la DEA para mostrar resultados estadísticos y seguir subsistiendo. Es el emblema de una lucha fracasada”, dijo a este periódico uno de los expertos más importantes de narcotráfico colombo mexicano, que prefiere reservar su nombre. A esto añade que la extradición solo es una estrategia eficaz en casos extremos como el del Chapo Guzmán, que se había escapado de dos cárceles.
La relación entre narcos es tan estructural y vinculante que con la captura de Ovidio Guzmán no cambia el panorama. De la facción Los Chapitos, Ovidio era el líder que menos incidencia directa tenía con los cárteles colombianos. Su hermano Jesús Alfredo Guzmán, alias Alfredillo, cruzó la frontera con un nombre falso y vivió en Medellín luego de su secuestro, en 2006, donde aprovechó para montar un laboratorio de producción de cocaína y coordinar directamente los envíos a México. Durante su estancia, vivió en apartamentos lujosos y recibió protección del grupo criminal La Oficina de Envigado. Alfredillo es uno de los diez delincuentes más buscados por la DEA. Anne Milgram, directora de esa agencia, ha dicho que Los Chapitos “son más ricos, poderosos y sanguinarios que su padre”.
Los mexicanos han echado raíces en Colombia: han comprado terrenos y apartamentos para controlar la cadena de producción de cocaína y enviarla a Europa y Estados Unidos, los mayores compradores. El Cártel de Sinaloa y el de Jalisco Nueva Generación controlan desde los cultivos de la hoja de coca, los insumos químicos, los laboratorios de producción de cocaína hasta el bodegaje, transporte marítimo y aéreo de la mercancía.
Además de los colombianos, los cárteles mexicanos cada vez hacen nuevas alianzas con cárteles de Venezuela, Albania, Bélgica, Brasil, Holanda, Polonia, España e Italia para el envío de la droga. “Hay una altísima fragmentación criminal hoy. La estructura de los carteles monolíticos cambió y estamos frente a estructuras que ejercen mandos horizontales; ya no radica en un cabecilla visible, sino que hay una especie de mando colegiado, y eso dificulta la labor de las autoridades. La velocidad con la que se configuran las organizaciones es superior a la velocidad que tiene la inteligencia para identificarlos”, dice un experto en narcotráfico que prefirió la reserva. En los ochenta, en Colombia había mandos visibles, fácilmente identificables, y las autoridades iban tras ellos. Cuando había bajas, eran legendarias.
Las disidencias de las FARC (que no se acogieron al acuerdo de paz), el Clan del Golfo, La Oficina, Los Pelusos y la guerrilla del ELN son los principales grupos criminales con los que transan los cárteles de Sinaloa y el de Jalisco Nueva Generación. Cifras obtenidas de inteligencia militar dicen que hay por lo menos 30 mil hombres armados en organizaciones colombianas del narcotráfico y cerca de 21 estructuras delincuenciales. Dentro de ellas hay una configuración regional con muy distintos actores y economías criminales que las motivan; no solo la coca, sino la minería ilegal, las extorsiones, el secuestro y los créditos callejeros de usura (en Colombia denominados “gota a gota”).
La presencia de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación en Colombia es empresarial. Ambos pagan la droga con dinero y armas. Entre las varias operaciones que lideró el General Juan Carlos Buitrago cuando fue director de la Policía Fiscal y Aduanera, recuerda la incautación, por parte de la DEA, de 100 millones de dólares en efectivo al Cártel de Sinaloa en Colombia, en 2019. En el rastreo del dinero hallaron una organización de contrabando que monetizaba el dinero de Sinaloa a través del envío de armas de Estados Unidos a Colombia, que eran vendidas a las disidencias de las FARC. Para monetizar el dinero proveniente de los ingresos de la droga y el lavado de dinero, el Cártel de Sinaloa tiene además contrabandistas de confecciones, calzado, electrodomésticos y alcohol. “El resultado de la comercialización de estupefacientes se está destinando a la adquisición de productos falsificados, especialmente de China, Camboya, Corea del Sur y la India para ingresarlos de contrabando a Estados Unidos, Latinoamérica y el Caribe, con el propósito de colocar esos productos en el mercado clandestino, y seguir en esa cadena ilícita de economía criminal”, explica el General Buitrago. “Donde hay narcotráfico, hay corrupción, y la corrupción es el primer combustible para que el negocio siga creciendo”, añade.
Los cárteles son el quinto empleador en México, con 175.000 integrantes, de acuerdo con la revista ‘Science’. Según ese estudio, cada semana los grupos criminales reclutan a 350 personas en sus filas. Aunque en Colombia no hay estimaciones oficiales, se sabe de pueblos enteros que viven del negocio de la cocaína y de otras economías ilícitas, como la minería ilegal de oro.
Los distintos gobiernos de Colombia han utilizado en vano diversas estrategias para luchar contra las drogas: han incautado cocaína, destruido laboratorios y erradicado los sembradíos de coca pero, a pesar de ello, cada vez se produce más cocaína y la demanda mundial no disminuye.
Cada año, Colombia rompe los récords de producción y envío de cocaína. De acuerdo con el último informe de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), se registraron 230.000 hectáreas sembradas de coca, un aumento del 13% con respecto al año anterior y un 43% más que en 2020. La producción potencial de clorhidrato de cocaína subió el 24%, con 1.738 toneladas. El presidente colombiano, Gustavo Petro, cambió el enfoque de la lucha contra las drogas: dejó de perseguir a los campesinos cultivadores y ahora intenta ponerle freno a la comercialización incautando la droga principalmente en los puertos. Con una política denominada Paz Total busca dialogar con los principales grupos criminales, incluidos los narcotraficantes.
El tercer producto de exportación de Colombia es la cocaína, según estimaciones que ha hecho Daniel Mejía, profesor de Economía de la Universidad de los Andes. Mejía calcula que, de acuerdo con la producción potencial de cocaína que establece UNODOC (1.738 toneladas) multiplicado por el precio de venta (5.000 o 5.500 USD) a redes internacionales de tráfico, menos las incautaciones (alrededor de 650 toneladas métricas), a Colombia la cocaína le deja por lo menos 5,5 billones de dólares; no obstante, esta cifra no incluye el porcentaje de ganancias de los mexicanos ni el valor del precio final de la cocaína en Estados Unidos.
A pesar de la cantidad de droga que se produce en Colombia, el negocio sigue funcionando como un reloj. Kyle Johnson, investigador y cofundador de la Fundación Conflict Responses, explica los problemas que están teniendo los campesinos para vender hoja de coca. “La gente, o no puede vender, o vende muy poco, con muy poca frecuencia. No es tan rentable, pero al mismo tiempo está saliendo la misma cantidad de droga”, dice. Explica que los actores armados criminales y los del narcotráfico van de la mano. “Permiten que funcione el negocio, protegen el territorio por donde van las rutas”, agrega.
En Colombia, las ciudades ubicadas en puertos marítimos del Caribe y el Pacífico sur, y las fronterizas con Venezuela y Ecuador, figuran entre las 50 más violentas del mundo, de acuerdo con el Consejo Ciudadano para la Seguridad y la Justicia de México. Hay cultivos de coca en 185 municipios de Colombia. El que más sembradíos de coca tiene del mundo es Tibú, fronterizo con Venezuela, donde actualmente no hay presencia del Estado y está completamente tomado por los grupos armados, entre esos, facciones del Cártel de Sinaloa que controlan la producción de cocaína.
Una nueva tendencia de los cárteles mexicanos es que están exportando pasta base de cocaína en vez de clorhidrato de cocaína para, con ello, abaratar costos y tener más control sobre la pureza de la droga, de acuerdo con el periodista mexicano Rafael Croda, que estuvo en el departamento colombiano del Putumayo, donde se han incrementado los cultivos de hoja de coca de una manera exorbitante: se pasó de 28.205 hectáreas en el 2021 a 48.034 en el 2022, lo que representa una variación al alza del 70%. “Esta revelación implica que en México ya habría laboratorios para cristalizar la cocaína”, informó Croda.